El océano es el elemento vital de la Tierra, cubre aproximadamente el 70% de la superficie del planeta y cumple funciones vitales para la vida. Se estima que el océano concentra 50 veces más carbono que la atmósfera, genera la mitad del oxígeno que necesitamos, absorbe el 25 % de todas las emisiones de dióxido de carbono y captura el 90% del exceso de calor generado por estas emisiones. No es solo «los pulmones del planeta», sino también su mayor «sumidero de carbono», un amortiguador vital contra los impactos del cambio climático. Sin embargo, a pesar de toda nuestra dependencia del océano, más del 80% de este vasto reino submarino permanece sin mapear, sin observar ni explorar.

Por todo es fundamental conocerlos, a pesar de las dificultades. Y una de las principales características que los científicos buscan explorar son los volcanes submarinos. Para los biólogos allí se encuentra los orígenes de la vida. Para los geólogos son particularmente importantes porque son ventanas a la composición y temperatura del manto terrestre. Al igual que ocurre en tierra firme con las montañas, los volcanes pueden ser creados por placas tectónicas que se empujan unas contra otras o por otros volcanes en erupción. No saber la distribución de estas formaciones presenta otro problema: los oceanógrafos no pueden desarrollar modelos que representen el flujo del agua del océano en todo el planeta.

Con esto en mente, un equipo de oceanógrafos del Instituto Scripps de Oceanografía ha cartografiado 19.000 volcanes submarinos previamente desconocidos en todos los océanos utilizando datos de satélites de radar. En el artículo publicado en Earth and Space Science, el grupo describe cómo usaron datos de satélites de radar para medir los montículos de agua de mar para encontrar y mapear volcanes submarinos y explica por qué es importante que se haga.

El equipo, liderado por Paul Wessel utilizó satélites pero de un modo más…creativo. Los satélites en realidad no pueden ver los montes submarinos, por supuesto, sino que miden la altitud de la superficie del mar, que cambia debido a cambios en la atracción gravitatoria relacionada con la topografía del fondo marino; un efecto conocido como montículo marino. Básicamente al estar en órbita geoestacionaria, su altura varía ligeramente según la superficie se eleve o disminuya y eso permite deducir la altura. Y, al hacerlo, encontraron 19.325 montes submarinos previamente desconocidos. Una cifra que se suma a los 24.643 que se conocían hasta la fecha.

Un hallazgo con dos caras

Para Wessel, el estudio ayudará a comprender en mayor profundidad el funcionamiento de las placas tectónicas y el campo geomagnético del planeta. Además, algunos montes submarinos proporcionan un hábitat para una gran variedad de vida marina desconocida. Pero lo más importante es que conocer estos perfiles tendrá un gran impacto en el flujo oceánico de aguas profundas. A medida que las corrientes corren hacia los montes submarinos, son empujadas hacia arriba, arrastrando consigo agua más fría y mezclándose de formas desconocidas. El mapeo de tales corrientes se ha vuelto más importante a medida que los océanos absorben más calor y dióxido de carbono de la atmósfera y el agua dulce se derrite, debido al cambio climático en curso.

Si bien todo este conocimiento es muy positivo, hay un factor que podríamos poner entre comillas. El equipo de Wessel también destaca que el estudio podría contribuir en la minería del fondo marino: fondos oceánicos albergan grandes cantidades de minerales de tierras raras. Y ese es un grave problema por más que la intención sea buena. El lecho marino contiene una enorme cantidad de minerales fundamentales en nuestra sociedad tecnológica. De acuerdo con Gerard Barron, director ejecutivo de The Metals Company (empresa especializada en minería submarina), allí debajo hay suficiente cobalto y níquel como para impulsar 4.800 millones de vehículos eléctricos, más del doble de la cantidad de vehículos que circulan hoy en día en todo el mundo. Pero todo ello tendría un coste enorme en un ecosistema ya de por sí frágil. Se trata, en pocas palabras, de un conocimiento que genera una enorme responsabilidad a la hora de utilizarlo.

 

Fuente: adslzone