18-01-2011 - No me convence la ficción, me atrae la realidad, e Internet es parte de ella. La línea que separa la realidad virtual de la natural es muy fina, hasta el punto que, como dice Ud., Internet es casi ya parte de nuestro cuerpo. Digo esto porque me parece intuir de su texto la opinión de que aquellos que viven en internet están fuera del mundo. El que piensa que la vida es un guión de cine sí está verdaderamente fuera de la realidad.

Roberto Saviano contaba en “Gomorra” que, de un tiempo a esta parte, los pistoleros de la mafia no sabían disparar. Desde que vieron “Pulp Fiction” tendían a apuntar al vientre, tomando esa pose tan estética como inefectiva de los protagonistas de la película de Tarantino. No entendían, como no entiende Ud., que la vida no es el teatro de la vida y que Internet es más real que sus películas.

Sin embargo, he de confesarme: Su guión me mantuvo en vilo hasta mediada la fábula. Como digo, he querido leer sin prejuicios, tratando de ver en su narración alguna solución. Creo que coincidimos cuando dice:

Durante el rato que estamos conectados, dejamos de ser meros consumidores para volver a ser, como antaño, productores de algo con lo que identificarnos.

Ahí hay una clave de todo este asunto:

Existe una necesidad auténtica de devolverle al ciudadano lo que le ha sido robado: el acceso a la cultura y la posibilidad de que sus creaciones sean difundidas. El modelo que defiende Ud. (sin entrar en la forma, esto es; de tapadillo en la Ley de Economía Sostenible, bajo presiones de EEUU, en vísperas de la lotería de Navidad, pactando con quien sea y como sea) no promulga más que el monopolio cultural por parte de una élite privilegiada.

Pero, volvamos a su ficción. Cuando tiene que definir los personajes de su guión, lo hace así: por un lado, “los usuarios de la Red, el mítico internauta”, y, por el otro “la gente de la cultura”. ¿No le parece que todos somos gente de la cultura? La cultura es el ámbito donde se desenvuelve el ser humano. Lo que ocurre es que hay una gran parte de la sociedad que se siente alienada de una porción de su propia cultura, separada de ella, y que entiende que su capacidad de maniobra en la sociedad está coartada por supuestos derechos de otros que, más bien, son privilegios. Estoy hablando, entre otras cosas, de los precios abusivos de los productos culturales, de los cánones y de la defensa de los derechos de autor hasta límites absurdos.

Los personajes de su guión se hallan enfrentados en un arrebato que los ha hecho despegarse de la realidad. Se han enfrascado tanto en tirarse los trastos que se olvidan de que el antagonista se está tronchando de risa al verlos hacerse trizas. El malo es otro, la destrucción viene de otra parte. Para describir su narración más allá de este punto de la trama, perdóneme Sra., creo que no puedo más que recurrir al sarcasmo:

Me retuerzo en mi butaca imaginaria y me descubro gritando: “¡Vamos chicos, despertad, que os están engañando!”. Sí, ya veo a Juan Diego Botto haciendo de revolucionario contracultural, con aires de hacker despistado. Podemos poner a Javier Bardem de directivo de corporación, de rasgos duros, inamovible, intransigente, dispuesto a hundir el mundo a tomatazo limpio antes que dar su brazo a torcer. Será una confrontación apocalíptica, digna de Álex de la Iglesia.

¿Y la escena final? Debe ser arrebatadora.
Propongo:

Justo antes de que el adalid de la revolución –Juan Diego Botto- y el cruel tiburón de la industria –Javier Bardem- se aniquilen mutuamente, confiesan qué les ha llevado a enfrentarse y, mientras luchan y discuten, se dan cuenta de la cruda realidad; el mal, el auténtico terror, el que traerá el espeluznante fin de la cultura, el infame coco, es otro. Bardem, en realidad, es “gente de la cultura”, sólo quería defender la democracia. Se desgañita entre sollozos, bajo una lluvia torrencial, y defendiendo la libertad repite las palabras que transcribo de su artículo:

Para que nadie mande sobre las ideas de nadie. Para que nadie imponga modelos a nadie. Para garantizar la convivencia de todos los derechos, pero, sobre todo, para favorecer el avance de la sociedad hacia más democracia, más voces y más justicia.

Y Juan Diego Botto, el ciberactivista, rompe en lágrimas, se funde con él en un abrazo fraternal y jura venganza contra el malo…. ¿Contra quíen? ¿Quién es el malo? ¡Dígamelo! Quiero escuchar el ¡tachán! final. Sorpréndame. No me deje sin saberlo, Sra. Ministra.

Como buena guionista de películas de serie B, deja el misterio para la segunda parte. Conformémonos. Hemos consumido una película, pagado su entradita, la hemos subvencionado con unos buenos impuestos y tenemos algunas pistas de cómo es el verdadero malo de la primera parte de la sgae, perdón, saga: es muy malo, no se conoce su nombre, es el enemigo y es el amo de la red. ¡Ya lo tengo, Lord Voldemort!

Bien, hasta aquí el sarcasmo. Creo que rematadamente malo es el que haya diseñado esta invención perversa para meterle miedo a la ciudadanía.

Me arden los dedos al escribir esta respuesta a su artículo. Estoy enfadado, sé que muchos como yo también lo están. No nos trata con respeto. ¿Se olvida de la historia de esta ley, de su intento de no debatirla en el parlamento, de Wikileaks, de los juicios sin garantías que propone, de la “comisión de expertos” que estará formada por el gobierno y la industria? Yo no. ¿Piensa que la alusión a una entelequia maligna puede hacer cambiar de opinión a alguien? Cuando se refiere al verdadero adversario, ¿se trata de los proveedores de ADSL y en concreto de Telefónica? ¿Quiénes son esas grandes corporaciones malignas que están tras todo este desbarajuste? ¡Hable y deje de tratar los ciudadanos como si fueran niños, aludiendo al coco!

Intento recomponerme. La importancia del momento lo requiere. Debo decirle, de nuevo, que la única salida honrosa que tiene es la de dimitir y dar por terminada esta esperpéntica andadura hacia la mercantilización de la cultura y la eliminación de derechos en Internet.

Saludos,

Ioanes Ibarra

 

Fuente: internautas